miércoles, 26 de octubre de 2011

MOMENTO




                                                                                             
                                                                                                                  PARA MARTA

Gira y gira mi cuerpo junto al suyo sobre unas sabanas fragantes. Encendida me quemo sobre su pecho. Estoy sedienta y anhelo con urgencia de sus besos. Sus labios me calman cuando exploran dentro de mi boca con audacia.

Ya, no sé cuantas veces sollocé recostada a su lado, cuando el goce de sentirlo me trasportaba hasta el mismo cielo. 

Acallé los te amo cuando el placer era infinito. Los convertí en su nombre huyendo junto a mis suspiros. No quería que el ímpetu de una promesa, lo haga huir de nuevo de mis brazos.

Tardó tanto en regresar, y viví tan triste este tiempo, que me basta con sentir sus dedos escalar mi piel mientras me roba un ruego. Una dulce suplica para que calme el frío de la soledad que parece ensañado conmigo.

Lo miro y sus ojos oscuros me reflejan. En ellos me veo como una mujer entera. Su dulce mujer enamorada que nunca se cansó de esperarlo. Una bella mariposa que se alimenta de la flor de sus deseos.

Sonríe y por un momento me quedo sin latidos. Es tan bello y lo siento tan mío que mi sangre parece correr por mis venas salvajemente, cuando me busca ardiente sobre la cama. 

Me río y sin quererlo me sonrojo. Es que percibo tanto que no me alcanzan las palabras, por eso dejo que mi osadía hable sobre su cuerpo sin ponerle límites.

Y cuando sus dedos inician ese viaje interminable por los valles escondidos de mi universo voluptuoso, le demuestro sin temores cuanto me encanta. Somos uno en el reino de un cuarto, enredados como dos flores fragantes que arden dulcemente.

Quedaron atrás los silencios largos que separaron nuestros días y cerraron ya las heridas que nos causamos por no saber aquietar el  orgullo.

Recorrimos un largo sendero para llegar a este momento, donde el amor nos une plenos y a ambos nos preserva la vida.






jueves, 20 de octubre de 2011

JUAN RAMÓN



La cascada dorada del sol se derrama sobre el jardín perfumado por una multitud de flores, durante la siesta peruana. El joven, con barba larga y traje negro, penetró en el jardín sintiendo el mismo recogimiento que se podía sentir al entrar en un lugar santo. Su corazón latía, tan fuerte, que se ahogaba. Temía, en cualquier momento, dejar de respirar.

Sus piernas lo llevaron hacia la alta puerta y su mano tembló antes de golpear. Los segundos que tardó en sentir los pasos de alguien acercándose para abrirle, le parecieron eternos. Pensó,  quizás, era mejor regresar a su hospedaje para tomar fuerzas, y regresar al día siguiente más sereno. Pero, eso era lo mismo que se había dicho los tres últimos días. No podía dejarse ganar por su temor, el apasionado amor que sentía por ese ángel con formas de mujer le daría fuerzas.

Si había podido sobrellevar el viaje en barco por un mar, a veces tan bravío, sin rendir el estómago, podía enfrentarse a la dulce verdad, de ese sueño que nació detrás de unas líneas bien escritas, por la mano de una mujer.
La puerta se abrió, y una morena de grandes ojos lo saludó inclinando la cabeza. Le explicó con voz vibrante que buscaba a la Srta. Georgina, y que su nombre era Juan Ramón.

Ella le indicó que pasará, que esperará a la Señorita en el salón, que no tardaría en venir. Se fue dejándolo solo, en medio de un bello salón cubierto de cortinas de encaje blanco, y viejos muebles de madera oscura. Desde un jarrón sobre una mesa hermosamente labrada, lo perfumado del jardín se extendía en la casa, a través de un ramillete de flores. 

Se sentó. Sus latidos seguían rápidos, y él, todo un hombre de espaldas anchas y piernas fuertes, se sentía como un mozalbete de pocos años. Pero, esa mujer había transformado su vida. Lo había arrancado del infierno de la soledad y el desinterés, a través de sus dulces palabras. Hizo retornar la esperanza a sus días, y su oscuridad interior se volvió luz. Ella valía cualquiera de los esfuerzos realizados. Aún ese viaje que tardó tanto en realizar.

Oyó unos pasos suaves acercándose a la puerta. Por un instante dejó de respirar. El picaporte se movió y la puerta se abrió. 

Ante sus ojos la presencia angelical de una mujer de cabellos rubios y claros ojos celestes surgió. De su cuerpo escapaba el aroma del sol, del mar y las flores de Perú. 

Casi etérea, Georgina sonreía, algo sonrojada, ante la mirada ardida de  los negros ojos de Juan Ramón.

Él también sonrió e iba a decir algo. Quizás uno de sus versos más ardientes. Había imaginado tanto ese momento. Ella y él frente a frente. Sin límites que los separará. Libres, al fin, de decirse lo que sus corazones guardan.
De pronto, asomó detrás de las faldas de la joven, la cara bellísima, de un niño tan rubio como ella y con sus mismos ojos claros. Este miraba curioso, desde su escondite, al hombre que le parecía un gigante.

Las palabras se quedaron en la boca del joven y la muerte pareció acariciar su alma. Se dijo que había tardado demasiado. Que, tal vez, debería haber tomado el barco mucho antes. Que ella se le había escapado por su cobardía.
Georgina vio su ceño fruncido, y la palidez de su rostro. El brillo triste de su mirada detenida en el niño, y comprendió lo que pasaba en el corazón de su amante venido de tan lejos y dijo con una voz que a él le atravesó como una espada el pecho. Y como a Lázaro lo saco de su tumba fría.

-         Juan Ramón… le presento a Diego, mi pequeño sobrino.

Unas lagrimas de alegría se desprendieron de los ojos del hombre, e inclinándose ante ella, comenzó a recitarle sus más encendidos versos, mientras Gertrudis y el niño le aplaudían.


domingo, 16 de octubre de 2011

BAJO LA LUNA





Los niños duermen y sueñan con comida. Sueño que les provoca, retorcijones en sus panzas vacías. Uno al lado del otro, reposan sus cuerpos pequeños y agotados, después de  tanto caminar buscando los tesoros que esconde la basura, y que lamentablemente hoy fueron muy pocos. La luna desde su reino plateado parece velar esos sueños inquietos.
Jorge fuma un cigarrillo. Lo hace lento. Como queriendo que le dure mucho. No cumplió los 12. Fuma desde los 10, y es el Jefe de esa banda de niños que asola el barrio pobre. Es el más alto y fuerte de todos. Y siente que el cigarrillo le da un cierto aire de autoridad.
Se toma la faena de la jefatura con responsabilidad, además de guiarlos en los pequeños hurtos y travesuras, los protege de los peligros, que en ese lugar sobran, y bastante. Nadie puede decir que Jorge no es bravo. Ante nadie baja la cabeza, y usa su pequeño puñal con maestría. Varios eran los que llevan su marca.
Se ganó el respeto de todos, una noche, cuando un borracho, demasiado confuso por el alcohol, puso sus manos y algunas otras cosas de su cuerpo, sobre uno de los más chicos. La rabia lo enloqueció, de tal manera, que cayó con violencia sobre el distraído hombre.
Este, se volvió intentando subirse los pantalones, mientras balbuceaba incoherencias. La mirada de Jorge  se detuvo, solo unos segundos, en el rostro lloroso y aterrado del pequeño. Y el asco, la irá y esas viejas pesadillas que le impedían dormir, lo dominaron.
Sin dudarlo un segundo, su cuchillo entró en la carne del hombre, que lanzó un grito.  Pero Jorge no se detuvo. Su arma continuó haciendo daño. Sus pequeños amigos que se  despertaron espantados, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para detenerlo. Terminaron todos bañados por la sangre del hombre y agitados.
La luna se ocultó tras una nube enrojecida. Impávida y fría. Nadie pronunció una palabra. Como una pequeña manada se movieron detrás de Jorge. Entre todos lo alzaron y lo tiraron a la inmunda agua del riachuelo. Los monstruos que vivían entre la basura y los cacharros no dejarían mucho. No sentían temor que la ausencia del pobre infeliz  se notara. Él era de su misma clase. Un paria olvidado por todos.