Los niños duermen y sueñan con
comida. Sueño que les provoca, retorcijones en sus panzas vacías. Uno al lado
del otro, reposan sus cuerpos pequeños y agotados, después de tanto caminar buscando los tesoros que esconde
la basura, y que lamentablemente hoy fueron muy pocos. La luna desde su reino
plateado parece velar esos sueños inquietos.
Jorge fuma un cigarrillo. Lo hace
lento. Como queriendo que le dure mucho. No cumplió los 12. Fuma desde los 10,
y es el Jefe de esa banda de niños que asola el barrio pobre. Es el más alto y
fuerte de todos. Y siente que el cigarrillo le da un cierto aire de autoridad.
Se toma la faena de la jefatura con
responsabilidad, además de guiarlos en los pequeños hurtos y travesuras, los
protege de los peligros, que en ese lugar sobran, y bastante. Nadie puede decir
que Jorge no es bravo. Ante nadie baja la cabeza, y usa su pequeño puñal con
maestría. Varios eran los que llevan su marca.
Se ganó el respeto de todos, una
noche, cuando un borracho, demasiado confuso por el alcohol, puso sus manos y
algunas otras cosas de su cuerpo, sobre uno de los más chicos. La rabia lo
enloqueció, de tal manera, que cayó con violencia sobre el distraído hombre.
Este, se volvió intentando subirse
los pantalones, mientras balbuceaba incoherencias. La mirada de Jorge se detuvo, solo unos segundos, en el rostro
lloroso y aterrado del pequeño. Y el asco, la irá y esas viejas pesadillas que
le impedían dormir, lo dominaron.
Sin dudarlo un segundo, su cuchillo
entró en la carne del hombre, que lanzó un grito. Pero Jorge no se detuvo. Su arma continuó
haciendo daño. Sus pequeños amigos que se despertaron espantados, tuvieron que hacer un
gran esfuerzo para detenerlo. Terminaron todos bañados por la sangre del hombre
y agitados.
La luna se ocultó tras una nube
enrojecida. Impávida y fría. Nadie pronunció una palabra. Como una pequeña
manada se movieron detrás de Jorge. Entre todos lo alzaron y lo tiraron a la
inmunda agua del riachuelo. Los monstruos que vivían entre la basura y los
cacharros no dejarían mucho. No sentían temor que la ausencia del pobre infeliz se notara. Él era de su misma clase. Un paria
olvidado por todos.
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