domingo, 16 de octubre de 2011

BAJO LA LUNA





Los niños duermen y sueñan con comida. Sueño que les provoca, retorcijones en sus panzas vacías. Uno al lado del otro, reposan sus cuerpos pequeños y agotados, después de  tanto caminar buscando los tesoros que esconde la basura, y que lamentablemente hoy fueron muy pocos. La luna desde su reino plateado parece velar esos sueños inquietos.
Jorge fuma un cigarrillo. Lo hace lento. Como queriendo que le dure mucho. No cumplió los 12. Fuma desde los 10, y es el Jefe de esa banda de niños que asola el barrio pobre. Es el más alto y fuerte de todos. Y siente que el cigarrillo le da un cierto aire de autoridad.
Se toma la faena de la jefatura con responsabilidad, además de guiarlos en los pequeños hurtos y travesuras, los protege de los peligros, que en ese lugar sobran, y bastante. Nadie puede decir que Jorge no es bravo. Ante nadie baja la cabeza, y usa su pequeño puñal con maestría. Varios eran los que llevan su marca.
Se ganó el respeto de todos, una noche, cuando un borracho, demasiado confuso por el alcohol, puso sus manos y algunas otras cosas de su cuerpo, sobre uno de los más chicos. La rabia lo enloqueció, de tal manera, que cayó con violencia sobre el distraído hombre.
Este, se volvió intentando subirse los pantalones, mientras balbuceaba incoherencias. La mirada de Jorge  se detuvo, solo unos segundos, en el rostro lloroso y aterrado del pequeño. Y el asco, la irá y esas viejas pesadillas que le impedían dormir, lo dominaron.
Sin dudarlo un segundo, su cuchillo entró en la carne del hombre, que lanzó un grito.  Pero Jorge no se detuvo. Su arma continuó haciendo daño. Sus pequeños amigos que se  despertaron espantados, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para detenerlo. Terminaron todos bañados por la sangre del hombre y agitados.
La luna se ocultó tras una nube enrojecida. Impávida y fría. Nadie pronunció una palabra. Como una pequeña manada se movieron detrás de Jorge. Entre todos lo alzaron y lo tiraron a la inmunda agua del riachuelo. Los monstruos que vivían entre la basura y los cacharros no dejarían mucho. No sentían temor que la ausencia del pobre infeliz  se notara. Él era de su misma clase. Un paria olvidado por todos.


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