Era una
noche inclemente de invierno, en un bosque fantástico. Cualquiera
que allí se perdiera, después de un rato, podía oír hablar a los animales, sin
necesidad de tener a mano un traductor. Muchos que se habían extraviado en su
oscuro laberinto, cuando fueron encontrados, contaban, que habían sido los
pájaros que con sus voces pequeñas, los habían guiado hacia la salida.
En
una cueva, se resguardaban del frío y la lluvia, cuatro animales. En lo más
alto reposaba un búho. Se mantenía algo alejado de los otros tres, y estiraba
de a ratos su cuello para observar todo a su alrededor. Estaba también un zorro,
cuya mirada verde resplandecía, cada vez, que miraba a la pequeña oveja, que tiritando
se había escondido detrás de unas rocas.
El
cuarto animal era un sapo, que apenas hundido en un charco, observaba todo con
sus grandes ojos saltones.
Por
un rato largo, estuvieron en silencio, pero rápido los venció el aburrimiento,
y comenzaron a dialogar entre ellos, informándose los últimos chismes del
bosque.
De
pronto, todo se volvió sombrío. Una figura inmensa entró a la cueva. Los
animales callaron. Un hombre había ingresado buscando refugio.
Se
sentó sobre una roca y lanzó un suspiro. Sabía bien que no estaba solo. Y
aunque había escuchado hablar a los animales, antes de entrar, estos habían decidido
regresar a sus dialectos de origen. Así que oía el croar continúo del sapo, el
balar de la oveja y el uu uu uu del búho, y aunque el zorro se mantenía en
silencio, podía ver el brillo de sus ojos en un rincón.
Cansado
ya del concierto, el búho, que se consideraba el más perspicaz e inteligente de
todos los animales, lanzó una pregunta, mientras cavilaba que nadie aparte de
él sabría la respuesta.
-
¿Cual es el
origen del mal? – pregunto con voz de profesor de Filosofía girando su cabeza,
como si tuviera al frente a una clase entera.
- La astucia - dijo el zorro sin dejar de mirar a
la oveja. Porque ella siempre mueve mi interior a buscar la manera de engañar a
los otros hasta obtener un gran o pequeño fin. Ya sea para desayunarse al engañado,
quitarle su lugar, o simplemente burlarse para reírse de él. La astucia si no
era bien usada se vuelve aterradora, porque todos recelan. Y me mantienen alejado,
terriblemente solo. Y sé que si algo me pasa, nadie acudirá en mi ayuda, por el
simple hecho que no creerán en mis
pedidos de auxilio. Todos esperan de mi un ataque artero.
- Noooooo!- gritó la oveja con una voz chillona que
les estremeció los oídos.- El origen del mal es el desinteréssss. Ese que te
hace caminar durante la vida, sin que nada te importeeee. Nada de nadaaa. Ni
siquiera si hay algo que morder o agua que tomarrrr. Si no hay, pues nos
moriremossss. No nos interesa el pastor, el zorro o el leónnnn. Nada importaaaa.
Caminas con la cabeza baja sin mirar a nadieee. Sin que nos interese al que
tenemos al lado o lo que le sucedeeee. Nada me importaaaaa, ni siquiera saber en
que momento me comerá el zorroooo.
El sapo terminó de tragarse un insecto y abrió más
grande los ojos y comenzó a decir que el origen del mal era la fealdad. Porque
nadie ama los feos. Y la fealdad trae soledad, y la soledad trae ira. Y la ira
más fealdad tanto interior como exterior. Todos evitan mirar a los feos. Como
si al mirarnos pudieran contagiarse. A veces creen que los feos no tenemos alma,
y no nos duelen los desprecios recibidos.
¡Están equivocados todos! - sentenció el búho- el origen del mal es sentirse superior al
resto. Creer ser el dueño de la verdad absoluta, capaz de dar sentencia y condena.
No aceptar que el otro tenga razón. No bajar la cabeza ante nada. Aunque eso
signifique que nadie quiera estar con nosotros, porque todos son seres
inferiores, sin la divinidad que les permita compartir nuestro mismo lugar. ¡Y
por favor, que nadie me contraríe!
El hombre que se había mantenido tan sigiloso, que
los animales habían olvidado su presencia dijo de pronto:
-
El origen del
mal es la tristeza. Es un despiadado asesino. No te deja comer o beber porque
todo sabe a amargura. Te borra las sonrisas y te aparta del trabajo porque no
se siente ganas de nada. Te encierra en un pozo donde todo es llanto y rechinar
de dientes. Vivimos nuestro propio infierno personal. La tristeza nos aleja del
amor. Mata la esperanza, la fe y consume a la alegría hasta hacerla
desaparecer. Y uno termina, como yo tratando de matar el cuerpo en esta cueva,
porque el alma ya esta muerta hace tiempo. La tristeza es la muerte. Es el fin de todo.
Los
animales se quedaron en silencio un largo rato. La tormenta continuaba cayendo.
Los rayos iluminaban de vez en cuando la cueva. El hombre permanecía sentado en
un rincón, y por su maduro rostro descendían las lágrimas.
La
oveja, impulsada por un resorte interior inexplicable, se olvidó que nada le
interesaba, ni siquiera el zorro que roncaba bien cerquita de donde ella estaba
oculta. Se acercó al hombre y buscó con su cabeza de rulos húmedos y algo duros
la caricia de la mano fuerte, que sorprendida se quedo quieta por un instante,
y luego le hizo un mimo.
El
sapo dejó de mirarse en el oscuro charco y olvido lo feo que era, y comenzó a
cantar. Y como nunca su voz sonó dulcemente. La letra de la canción hablaba de
tormentas pasajeras que quedaban atrás cuando el sol de los buenos sentimientos
volvía a brillar. De flores, de pájaros y del amor.
El
zorro despertó sobresaltado, y al descubrir a la oveja junto al hombre
durmiendo, sus ojos brillaron con astucias. Se dijo que si se ponía cara de
bueno e inteligente, el hombre lo creería un perro. Y una vez cerca, a la oveja
no le quedaría mucho tiempo.
Dio
dos pasos hacia donde se encontraban el hombre y la oveja. El hombre parecía
dormir profundamente. El zorro sonrió sintiendo el camino libre, pero cuando
dio el tercer paso, el hombre abrió los ojos y lo miró. Aún había en su mirada
la luz apagada de la tristeza, pero en un rinconcito el zorro vio brillar una
lucecita chiquita, una luz distinta. Con menos humedad de lagrimas y con mas
calidez vestida de esperanza.
Retrocedió
los dos pasos que hizo y se volvió a acostar, sintiendo crecer los ruiditos en
la panza por el hambre. De nada valía la astucia cuando en el medio se cruzaban
sentimientos más fuertes se dijo antes de comenzar a roncar.
El
búho desde lo alto observo todo, y le dolió un poquito su eterna superioridad
sobre el resto de los animales, incluso del hombre mismo. Ella, lo mantenía
lejos de la caricia de la mano grande del hombre, del calorcito que la oveja
daba, y de las emociones que la canción del sapo despertaban.
Cerró
los ojos para dormitar un poco, pero antes que se cerrarán del todo, pudo ver
una sonrisa entibiar el rostro del hombre, y como con un gesto de su mano
izquierda borraba todas las lagrimas que la tristeza le había robado, mientras
con la derecha acariciaba a la pequeña oveja, murmurándole palabras que
alejarán el temor que la hacían estremecer cada vez que un trueno estallaba.